Era época de adolescencia, en mi pueblo las velas eran tristemente alegres, no había música, pero si había luz en la casa, en la puerta y en la calle cortada al tráfico por esa noche.
Mujeres vestidas de negro y algunos hombres con caras para la ocasión, se acercaban a familiares dentro , expresando el sentir doloroso, dando el pésame. Las más cercanas con ojos llorosos o tras llanto franco, rezando por el buen viaje del difunto, niños no recuerdo haberlos visto, todos acompañando, despidiendo por ultima vez al amigo, amiga, o pariente, parienta que nos ha dejado.
Los más jóvenes se sentaban en las sillas y bancos sobre la acera y mitad de la calle, ordenadas en círculos, acomodadas para la noche, y así vencer las largas horas oscuras. Bombillas perezosas amarilleaban sobre la calle sin asfaltar, los corrillos animados con manojo de cartas en manos acostumbradas aparecían ya, aparecían luego los chistes ciertos o inventados de ficticios y conocidos, sonrisas calladitas amenizaban la despedida. Al comenzar y durante la noche, el pasar triste de un familiar o amigo, repartía cigarrillos para los presentes allí por acompañar al muerto y dar calor a los vivos. Así pasaban lo mejor posible las largas horas oscuras… Seguían las rosquillas, café caliente, algún traguito de guaro para los más friolentos de piel y garganta… Yo a alguna fui donde también algún nacatamalito cayó.
Era un velatorio, pero no tenía porque ser triste pensaba. En otras comunidades se avanza con cantos y música a la última casa, la casa grande definitiva.
Hoy, hace unos momentos leyendo una frase : “Que solos se quedan los muertos” me trajo los recuerdos de las velas de mi pueblo, eso de lo que les vengo platicando.
La madrugada para los aguantadores que muy poquitos seguían apostados en las cercanías del muerto, se iba escaseando la compañía, eso si, nunca faltaban aquellos personajes que asistían a todo velatorio que se produjera, esos eran fieles, los bazucas, bebedores permanentes, los sin hogar, los pobrísimos mendicantes del pueblo que no fallaban a ningún muerto.
Al día siguiente vuelta a la celebración, primero a misa desfilando en procesión a recibir a Dios en la Iglesia y el visto bueno para el viaje luego a la casa eterna, cementerio bonito de Matagalpa.
Era bonito, florido, coloreado. Muchedumbre siempre en entierros… Luego al caer la tarde, griseando el día, se vaciaba completamente el lugar, Se sentía cierta desazón, todos volviendo a casa, menos uno.
Dr. Roberto González G.
Gastroenterología-Endoscopia Digestiva.
2 de febrero 2012.
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