1-DETRÁS DEL MOSTRADOR
Ayer la vi, al pasar, en la taberna,
detrás del mostrador, como una estatua...
Vaso de carne juvenil que atrae
a los borrachos con su hermosa cara.
Azucena regada con ajenjo,
surgida en el ambiente de la crápula,
florece como muchas en el vicio
perfumado ese búcaro de miasmas.
¡Canción de esclavitud! Belleza triste,
belleza de hospital ya disecada
quién sabe por qué mano que la empuja
casi siempre hasta el sitio de la infamia...
Y pasa sin dolor así inconsciente
su vida material de carne esclava:
¡copa de invitaciones y de olvido
sobre el hastiado bebedor volcada!
Evaristo Carriego.-1883-1912.
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3-EL CLAVEL.
Fue al surgir de una duda insinuativa,
cuando hirió tu severa aristocracia,
como un símbolo rojo de mi audacia,
un clavel que tu mano no cultiva.
Quizás hubo una frase sugestiva,
o viera una intención tu perspicacia,
pues tu serenidad llena de gracia
fingió una rebelión despreciativa
y así, en tu vanidad, por la impaciente
condena de un orgullo intransigente,
mi rojo heraldo de amatorios credos
mereció, por su símbolo atrevido,
como un apóstol o como un bandido,
la guillotina de tus nobles dedos.
(Evaristo Carriego)
Evaristo Carriego.-1883-1912.
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2-COMO AQUELLA OTRA.
“Sí, vecina: te puedes dar la mano,
esa mano que un día fuera hermosa,
con aquella otra eterna silenciosa
«que se cansara de aguardar en vano».
Tú también, como ella, acaso fuiste
la bondadosa amante, la primera,
de un estudiante pobre, aquel que era
un poco chacotón y un poco triste.
O no faltó el muchacho periodista
que allá en tus buenos tiempos de modista
en ocios melancólicos te amó
y que una fría noche ya lejana,
te dijo, como siempre: «Hasta mañana...»
pero que no volvió".
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Fue al surgir de una duda insinuativa,
cuando hirió tu severa aristocracia,
como un símbolo rojo de mi audacia,
un clavel que tu mano no cultiva.
Quizás hubo una frase sugestiva,
o viera una intención tu perspicacia,
pues tu serenidad llena de gracia
fingió una rebelión despreciativa
y así, en tu vanidad, por la impaciente
condena de un orgullo intransigente,
mi rojo heraldo de amatorios credos
mereció, por su símbolo atrevido,
como un apóstol o como un bandido,
la guillotina de tus nobles dedos.
(Evaristo Carriego)
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4.-
El camino de nuestra casa...
El camino de nuestra casa...
Nos eres familiar como una cosa” “
que fuera nuestra, solamente nuestra;
familiar en las calles, en los árboles
que bordean ]a acera,
en la alegría bulliciosa y loca
de los muchachos, en las caras
de los viejos amigos,
en las historias íntimas que andan
de boca en boca por el barrio
y en la monotonía dolorida
del quejoso organillo
que tanto gusta oír nuestra vecina,
la de los ojos tristes...
Te queremos
con un cariño antiguo y silencioso,
¡caminito de nuestra casa! ¡Vieras
con qué cariño te queremos!
¡Todo
lo que nos haces recordar!
Tus piedras
parece que guardasen en secreto
el rumor de los pasos familiares
que se apagaron hace tiempo... Aquellos
que ya no escucharemos a la hora
habitual del regreso.
Caminito
de nuestra casa, eres
como un rostro querido
que hubiéramos besado muchas veces:
¡tanto te conocemos!
Todas las tardes, por la misma calle,
miramos con mirar sereno,
la misma escena alegre o melancólica,
la misma gente... Y siempre la muchacha
modesta y pensativa que hemos visto
envejecer sin novio... resignada!
De cuando en cuando, caras nuevas,
desconocidas, serias o sonrientes,
que nos miran pasar desde la puerta.
Y aquellas otras que desaparecen
poco a poco, en silencio,
las que se van del barrio o de la vida
sin despedirse.
¡Oh, los vecinos
que no nos darán más los buenos días!
Pensar que alguna vez nosotros
también por nuestro lado nos iremos,
quién sabe dónde, silenciosamente
como se fueron ellos...
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5.
LA SILLA QUE AHORA NADIE OCUPA.
Con la vista clavada sobre la copa
se halla abstraído el padre desde hace rato,
pocos momentos hace rechazó el plato
del cual apenas quiso probar la sopa.
De tiempo en tiempo, casi furtivamente,
llega en silencio alguna que otra mirada
hasta la vieja silla desocupada,
que alguien, de olvidadizo, colocó enfrente.
Y, mientras se ensombrecen todas las caras,
cesa de pronto el ruido de las cucharas
porque insistentemente, como empujado
por esa idea fija, que no se va,
el menor de los chicos ha preguntado
cuándo será el regreso de la mamá.
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6.
AHORA QUE ESTÁS MUERTA.
¡Si supieses! cada día
5.
LA SILLA QUE AHORA NADIE OCUPA.
Con la vista clavada sobre la copa
se halla abstraído el padre desde hace rato,
pocos momentos hace rechazó el plato
del cual apenas quiso probar la sopa.
De tiempo en tiempo, casi furtivamente,
llega en silencio alguna que otra mirada
hasta la vieja silla desocupada,
que alguien, de olvidadizo, colocó enfrente.
Y, mientras se ensombrecen todas las caras,
cesa de pronto el ruido de las cucharas
porque insistentemente, como empujado
por esa idea fija, que no se va,
el menor de los chicos ha preguntado
cuándo será el regreso de la mamá.
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6.
AHORA QUE ESTÁS MUERTA.
¡Si supieses! cada día
te sentimos más. Apenas
te olvidamos un momento,
levantamos la cabeza
y en seguida nos parece
que vas a entrar por la puerta.
No sabes con qué cariño
en casa se te recuerda:
¡si nos pudieses oir!
A veces, de sobremesa,
cuando nos reunimos todos
y el pobre viejo conversa
con los muchachos, de pronto
después de alguna ocurrencia,
nos quedamos pensativos
un rato largo: se queda
todo el mundo así, y el viejo
te olvidamos un momento,
levantamos la cabeza
y en seguida nos parece
que vas a entrar por la puerta.
No sabes con qué cariño
en casa se te recuerda:
¡si nos pudieses oir!
A veces, de sobremesa,
cuando nos reunimos todos
y el pobre viejo conversa
con los muchachos, de pronto
después de alguna ocurrencia,
nos quedamos pensativos
un rato largo: se queda
todo el mundo así, y el viejo
se retira de la mesa
sin decir una palabra...
Una palabra... Da pena
verlo sufrir en silencio.
¡Ah, cómo se te recuerda!
Abuelita, que está sorda,
si hablamos delante de ella
por nuestras caras conoce
que hablamos de ti. ¡La vieras!
Por la noche, al acostarnos,
es claro, los chicos rezan,
aunque no lo necesites
porque siempre fuiste buena
y no hiciste mal a nadie:
¡al contrario!
¡Una tristeza
nos da cuando recordamos
algunas diabluras nuestras!
Cuando pensamos las veces,
aquellas veces, ¿recuerdas?
que te hacíamos rabiar
de gusto, por mil zonceras...
Éramos un poco malos,
pero ahora que estás muerta
nos tienes que perdonar
todos aquellas rabietas,
y las bromas que te dábamos,
esos gritos a la puerta
sin decir una palabra...
Una palabra... Da pena
verlo sufrir en silencio.
¡Ah, cómo se te recuerda!
Abuelita, que está sorda,
si hablamos delante de ella
por nuestras caras conoce
que hablamos de ti. ¡La vieras!
Por la noche, al acostarnos,
es claro, los chicos rezan,
aunque no lo necesites
porque siempre fuiste buena
y no hiciste mal a nadie:
¡al contrario!
¡Una tristeza
nos da cuando recordamos
algunas diabluras nuestras!
Cuando pensamos las veces,
aquellas veces, ¿recuerdas?
que te hacíamos rabiar
de gusto, por mil zonceras...
Éramos un poco malos,
pero ahora que estás muerta
nos tienes que perdonar
todos aquellas rabietas,
y las bromas que te dábamos,
esos gritos a la puerta
de tu cuarto, cada vez
que te ponías paqueta
para recibir al novio,
y esas travesuras, y esas
mentiras que te contábamos,
para no ir a la escuela...
Y tú, apenas nos retabas
entonces...
¡Una tristeza
nos da cuando recordamos!
Pero, ahora que estás muerta,
¿no es verdad que nos perdonas
todas aquellas rabietas?
que te ponías paqueta
para recibir al novio,
y esas travesuras, y esas
mentiras que te contábamos,
para no ir a la escuela...
Y tú, apenas nos retabas
entonces...
¡Una tristeza
nos da cuando recordamos!
Pero, ahora que estás muerta,
¿no es verdad que nos perdonas
todas aquellas rabietas?
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7.
EL GUAPO.
El barrio le admira. Cultor del coraje,
conquistó, a la larga renombre de osado;
se impuso en cien riñas entre el compadraje
y de las prisiones salió consagrado.
Conoce sus triunfos y ni aun le inquieta
la gloria de otros, de muchos temida,
pues todo el Palermo de acción le respeta
y acata su fama, jamás desmentida.
Le cruzan el rostro, de estigmas violentos,
hondas cicatrices, y quizás le halaga
llevar imborrables adornos sangrientos:
caprichos de hëmbra que tuvo la daga.
La esquina o el patio, de alegres reuniones,
le oye contar hechos, que nadie le niega:
¡con una guitarra de altivas canciones
él es Juan Moreira, y él es Santos Vega!
conquistó, a la larga renombre de osado;
se impuso en cien riñas entre el compadraje
y de las prisiones salió consagrado.
Conoce sus triunfos y ni aun le inquieta
la gloria de otros, de muchos temida,
pues todo el Palermo de acción le respeta
y acata su fama, jamás desmentida.
Le cruzan el rostro, de estigmas violentos,
hondas cicatrices, y quizás le halaga
llevar imborrables adornos sangrientos:
caprichos de hëmbra que tuvo la daga.
La esquina o el patio, de alegres reuniones,
le oye contar hechos, que nadie le niega:
¡con una guitarra de altivas canciones
él es Juan Moreira, y él es Santos Vega!
Con ese sombrero que inclinó a los ojos
con esa melena que peinó al descuido,
cantando aventuras, de relatos rojos,
parece un poeta que fuese bandido.
Las mozas más lindas del baile orillero
para él no se muestran esquivas y hurañas,
tal vez orgullosas de ese compañero
que tiene aureolas de amores y hazañas.
Nada se le importa de la envidia ajena,
ni que el rival pueda tenderle algún lazo:
no es un enemigo que valga la pena...
pues ya una vez lo hizo ca...er de un hachazo.
Gente de avería, que aguardan crueles
brutales recuerdos en los costurones
que dejará el tajo, sumisos y fieles,
le siguen y adulan imberbes matones.
Aunque le ocasiona muchos malos ratos,
en las elecciones es un caudillejo
que por el buen nombre de los candidatos
en los peores trances expone el pellejo...
Pronto a la pelea — pasión del cuchillo
que ilustra las manos por él mutiladas —
su pieza, amenaza de algún conventillo,
es una academia de ágiles visteadas.
con esa melena que peinó al descuido,
cantando aventuras, de relatos rojos,
parece un poeta que fuese bandido.
Las mozas más lindas del baile orillero
para él no se muestran esquivas y hurañas,
tal vez orgullosas de ese compañero
que tiene aureolas de amores y hazañas.
Nada se le importa de la envidia ajena,
ni que el rival pueda tenderle algún lazo:
no es un enemigo que valga la pena...
pues ya una vez lo hizo ca...er de un hachazo.
Gente de avería, que aguardan crueles
brutales recuerdos en los costurones
que dejará el tajo, sumisos y fieles,
le siguen y adulan imberbes matones.
Aunque le ocasiona muchos malos ratos,
en las elecciones es un caudillejo
que por el buen nombre de los candidatos
en los peores trances expone el pellejo...
Pronto a la pelea — pasión del cuchillo
que ilustra las manos por él mutiladas —
su pieza, amenaza de algún conventillo,
es una academia de ágiles visteadas.
Porque en sus impulsos de alma pendenciera
desprecia el peligro sereno y bizarro,
¡para él la vida no vale siquiera
la sola pitada de un triste cigarro !..
...Y allá va pasando con aire altanero,
luciendo las prendas de su gallardía,
procaz e insolente como un mosquetero
que tiene en su guardia la chusma bravía.
desprecia el peligro sereno y bizarro,
¡para él la vida no vale siquiera
la sola pitada de un triste cigarro !..
...Y allá va pasando con aire altanero,
luciendo las prendas de su gallardía,
procaz e insolente como un mosquetero
que tiene en su guardia la chusma bravía.
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8.
EN EL CAFÉ.
Desde hace una semana falta ese parroquiano
que tiene una mirada tan llena de tristeza
y, que todas las noches, sentado junto al piano
bebe, invariablemente, su vaso de cerveza
y fuma su cigarro... Que silenciosamente
contempla a la pianista que agota un repertorio
plebeyo, agradeciendo con aire indiferente
la admiración ruidosa del modesto auditorio.
Hace ya cinco noches que no ocupa su mesa
y en el café su ausencia se nota con sorpresa.
¡Es raro, cinco noches... y sin aparecer!
Entre los habituales hay algún indiscreto
que asegura a los otros, en tono de secreto,
que hoy está la pianista más pálida que ayer.
que tiene una mirada tan llena de tristeza
y, que todas las noches, sentado junto al piano
bebe, invariablemente, su vaso de cerveza
y fuma su cigarro... Que silenciosamente
contempla a la pianista que agota un repertorio
plebeyo, agradeciendo con aire indiferente
la admiración ruidosa del modesto auditorio.
Hace ya cinco noches que no ocupa su mesa
y en el café su ausencia se nota con sorpresa.
¡Es raro, cinco noches... y sin aparecer!
Entre los habituales hay algún indiscreto
que asegura a los otros, en tono de secreto,
que hoy está la pianista más pálida que ayer.
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9.
LA COSTURERITA QUE DIO AQUEL MAL PASO.
La costurerita que dio aquel mal paso...
— y lo peor de todo, sin necesidad —
con el sinvergüenza que no la hizo caso
después... — según dicen en la vecindad —
se fué hace dos días. Ya no era posible
fingir por más tiempo. Daba compasión
verla aguantar esa maldad insufrible
de las compañeras, ¡tan sin corazón!
Aunque a nada llevan las conversaciones,
en el barrio corren mil suposiciones
y hasta en algo grave se llega a creer.
¡Qué cara tenía la costurerita,
qué ojos más extraños, esa tardecita
que dejó la casa para no volver!..
— y lo peor de todo, sin necesidad —
con el sinvergüenza que no la hizo caso
después... — según dicen en la vecindad —
se fué hace dos días. Ya no era posible
fingir por más tiempo. Daba compasión
verla aguantar esa maldad insufrible
de las compañeras, ¡tan sin corazón!
Aunque a nada llevan las conversaciones,
en el barrio corren mil suposiciones
y hasta en algo grave se llega a creer.
¡Qué cara tenía la costurerita,
qué ojos más extraños, esa tardecita
que dejó la casa para no volver!..
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10.
LA VIEJECITA.
Sobre la acera, que el sol escalda,
doblado el cuerpo — la cruz obliga —
lomo imposible, que es una espalda
desprecio y sobra de la fatiga,
pasa la vieja, la inconsolable,
la que es, apenas, un desperdicio
del infortunio, la lamentable
carne cansada de sacrificio.
La viejecita, la que se siente
un sedimento de la materia,
deshecho inútil, salmo doliente
del Evangelio de la Miseria.
Luz de pesares, propios o ajenos,
sobre la pena de su faz mustia
dejan estigmas, de dolor llenos,
entristeciendo su misma angustia;
su misma angustia que ha compartido,
como el mendrugo que no la sacia,
con esa niña que ha recogido,
doblado el cuerpo — la cruz obliga —
lomo imposible, que es una espalda
desprecio y sobra de la fatiga,
pasa la vieja, la inconsolable,
la que es, apenas, un desperdicio
del infortunio, la lamentable
carne cansada de sacrificio.
La viejecita, la que se siente
un sedimento de la materia,
deshecho inútil, salmo doliente
del Evangelio de la Miseria.
Luz de pesares, propios o ajenos,
sobre la pena de su faz mustia
dejan estigmas, de dolor llenos,
entristeciendo su misma angustia;
su misma angustia que ha compartido,
como el mendrugo que no la sacia,
con esa niña que ha recogido,
retoño de otros, en su desgracia.
Esa pequeña que va a su lado,
la que mañana será su apoyo,
flor del suburbio desconsolado,
lirio de anemia que dió el arroyo.
Vida sin lucha, ya prisionera,
pichón de un nido que no fué eterno.
¡Sonriente rayo de primavera
sobre la nieve de aquel invierno!
Radiación rubia de luz que ärde
como un sol nuevo frente a un ocaso,
triste promesa, mujer más tarde
linda y deseada que será, acaso,
la Inés vencida, la dulce monja
de los tenorios de la taberna,
cuando el encanto de la lisonja
le dé su frase nefanda y tierna.
— Ritual vedado de sensaciones
trágicos sueños, fiebres aciagas,
hostias de vicios y tentaciones
de las alegres jóvenes magas...
¡Que de heroínas, pobres y oscuras,
en esos dramas ¡cuantas Ofelias!
Los arrabales tienen sus puras
tísicas Damas de las Camelias —
Por eso sufre, la mendicante,
como una idea terrible y fija
que no ha empañado su amor radiante
Esa pequeña que va a su lado,
la que mañana será su apoyo,
flor del suburbio desconsolado,
lirio de anemia que dió el arroyo.
Vida sin lucha, ya prisionera,
pichón de un nido que no fué eterno.
¡Sonriente rayo de primavera
sobre la nieve de aquel invierno!
Radiación rubia de luz que ärde
como un sol nuevo frente a un ocaso,
triste promesa, mujer más tarde
linda y deseada que será, acaso,
la Inés vencida, la dulce monja
de los tenorios de la taberna,
cuando el encanto de la lisonja
le dé su frase nefanda y tierna.
— Ritual vedado de sensaciones
trágicos sueños, fiebres aciagas,
hostias de vicios y tentaciones
de las alegres jóvenes magas...
¡Que de heroínas, pobres y oscuras,
en esos dramas ¡cuantas Ofelias!
Los arrabales tienen sus puras
tísicas Damas de las Camelias —
Por eso sufre, la mendicante,
como una idea terrible y fija
que no ha empañado su amor radiante
por esa hija que no es su hija.
Mas sus bellezas de renunciada
jamás del crudo dolor la eximen...
¡sin haber sido, siquiera, amada
se siente madre de los que gimen!
Madre haraposa, madre desnuda,
manto de amores de barrio bajo:
¡es una amarga protesta muda
esa devota de San Andrajo,
que conociese sólo los besos
de rudos fríos en los portales,
como descanso para sus huesos
solo le dieron los hospitales!
Girón humano que siempre flota
sobre sus ansias indefinibles,
bondad enferma que no se agota
ni en las miserias irredimibles
que la torturan, sin un olvido
para sus lacras, para su suerte:
con la certeza de haber vivido
como un despojo para la muerte!
Por eso, a veces, tiene amarguras,
tiene amarguras de derrotada,
que se traducen en frases duras
y dan en llanto de resignada;
pues nunca supo la miserable,
de amor alguno, grande o pequeño,
que la alentara, no le fué dable
Mas sus bellezas de renunciada
jamás del crudo dolor la eximen...
¡sin haber sido, siquiera, amada
se siente madre de los que gimen!
Madre haraposa, madre desnuda,
manto de amores de barrio bajo:
¡es una amarga protesta muda
esa devota de San Andrajo,
que conociese sólo los besos
de rudos fríos en los portales,
como descanso para sus huesos
solo le dieron los hospitales!
Girón humano que siempre flota
sobre sus ansias indefinibles,
bondad enferma que no se agota
ni en las miserias irredimibles
que la torturan, sin un olvido
para sus lacras, para su suerte:
con la certeza de haber vivido
como un despojo para la muerte!
Por eso, a veces, tiene amarguras,
tiene amarguras de derrotada,
que se traducen en frases duras
y dan en llanto de resignada;
pues nunca supo la miserable,
de amor alguno, grande o pequeño,
que la alentara, no le fué dable
sobre la vida soñar un sueño.
La dominaron los sinsabores,
que la flagelan como a inocente:
¡en la vendimia de los amores
fué desgranado racimo ausente!
Fué la azucena sobre el pantano,
flor de desdichas, a libertarla
no vino nadie, no hubo una mano
que se tendiese para arrancarla.
Sin transiciones, siempre vencida,
ni en el principio de su mal mismo
tuvo las glorias de la caida:
Su primer cuna ya era el abismo.
Bajo un hastío que no deseara,
pasó su noche sin una aurora
sin que en la vida la conturbara
ni una impaciencia de pecadora.
Y así, ha guardado con sus pesares
como un reproche, que se refleja
en las arrugas, sus azahäres
de nunca novia, de virgen vieja.
Los años muertos sólo dejaron
esa agonía que no la mata...
¡Jamás a ella la aprisionaron,
como entre flores, rejas de plata!
Forjó ilusiones, y las más leves
la sepultaron como en escombros;
sobre su testa cayeron nieves
La dominaron los sinsabores,
que la flagelan como a inocente:
¡en la vendimia de los amores
fué desgranado racimo ausente!
Fué la azucena sobre el pantano,
flor de desdichas, a libertarla
no vino nadie, no hubo una mano
que se tendiese para arrancarla.
Sin transiciones, siempre vencida,
ni en el principio de su mal mismo
tuvo las glorias de la caida:
Su primer cuna ya era el abismo.
Bajo un hastío que no deseara,
pasó su noche sin una aurora
sin que en la vida la conturbara
ni una impaciencia de pecadora.
Y así, ha guardado con sus pesares
como un reproche, que se refleja
en las arrugas, sus azahäres
de nunca novia, de virgen vieja.
Los años muertos sólo dejaron
esa agonía que no la mata...
¡Jamás a ella la aprisionaron,
como entre flores, rejas de plata!
Forjó ilusiones, y las más leves
la sepultaron como en escombros;
sobre su testa cayeron nieves
y honras de arapos sobre sus hombros.
Porque fué buena, dió en la locura
de cubrir todas sus cicatrices:
puso los besos de su ternura
en sus hermanos, los infelices.
Por eso, a veces, tiene su duelo
en sus cansados ojos sin brillo,
llantos que caen como un consuelo
sobre las llagas del conventillo.
Carne que azotan todos los males,
burla sangrienta de los muchachos,
dádiva y sombra de los portales,
mancha de vino de los borrachos:
Ahí va la vieja, como una hiriente
fórmula ruda de una ironía:
llena de sombras en la esplendente,
en la serena gloria del día.
Tal vez alguna visión extraña
ha conmovido su indiferencia,
pues ha cruzado triste y huraña
como una imagen de la demencia.
¡Y allá — sombría, y adusto el ceño,
obsesionada por las crueldades —
va taciturna, como un ensueño
que derrotaron las realidades!
Porque fué buena, dió en la locura
de cubrir todas sus cicatrices:
puso los besos de su ternura
en sus hermanos, los infelices.
Por eso, a veces, tiene su duelo
en sus cansados ojos sin brillo,
llantos que caen como un consuelo
sobre las llagas del conventillo.
Carne que azotan todos los males,
burla sangrienta de los muchachos,
dádiva y sombra de los portales,
mancha de vino de los borrachos:
Ahí va la vieja, como una hiriente
fórmula ruda de una ironía:
llena de sombras en la esplendente,
en la serena gloria del día.
Tal vez alguna visión extraña
ha conmovido su indiferencia,
pues ha cruzado triste y huraña
como una imagen de la demencia.
¡Y allá — sombría, y adusto el ceño,
obsesionada por las crueldades —
va taciturna, como un ensueño
que derrotaron las realidades!
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11.
AQUELLA VEZ QUE VINO TU RECUERDO
Aquella vez que vino tu recuerdo
La mesa estaba alegre como nunca.
Bebíamos el té: mamá reía
recordando, entre otros,
no sé qué antiguo chisme de familia;
una de nuestras primas comentaba
-recordando con gracia los modales,
de un testigo irritado- el incidente
que presenció en la calle;
los niños se empeñaban, chacoteando,
en continuar el juego interrumpido,
y los demás hablábamos de todas
las cosas de que se habla con cariño.
Estábamos así, contentos, cuando
alguno te nombró, y el doloroso
silencio que de pronto ahogó las risas,
con pesadez de plomo,
persistió largo rato. Lo recuerdo
como si fuera ahora: nos quedamos
mudos, fríos. Pasaban los minutos,
pasaban y seguíamos callados.
Nadie decía nada, pero todos
pensábamos lo mismo. Como siempre
que la conmueve una emoción penosa,
mamá disimulaba ingenuamente
queriendo aparecer tranquila. ¡Pobre!
¡Bien que la conocemos!... Las muchachas
fingían ocuparse del vestido
que una de ellas llevaba:
los niños, asombrados de un silencio
tan extraño, salían de la pieza.
Y los demás seguíamos callados
sin mirarnos siquiera.
La mesa estaba alegre como nunca.
Bebíamos el té: mamá reía
recordando, entre otros,
no sé qué antiguo chisme de familia;
una de nuestras primas comentaba
-recordando con gracia los modales,
de un testigo irritado- el incidente
que presenció en la calle;
los niños se empeñaban, chacoteando,
en continuar el juego interrumpido,
y los demás hablábamos de todas
las cosas de que se habla con cariño.
Estábamos así, contentos, cuando
alguno te nombró, y el doloroso
silencio que de pronto ahogó las risas,
con pesadez de plomo,
persistió largo rato. Lo recuerdo
como si fuera ahora: nos quedamos
mudos, fríos. Pasaban los minutos,
pasaban y seguíamos callados.
Nadie decía nada, pero todos
pensábamos lo mismo. Como siempre
que la conmueve una emoción penosa,
mamá disimulaba ingenuamente
queriendo aparecer tranquila. ¡Pobre!
¡Bien que la conocemos!... Las muchachas
fingían ocuparse del vestido
que una de ellas llevaba:
los niños, asombrados de un silencio
tan extraño, salían de la pieza.
Y los demás seguíamos callados
sin mirarnos siquiera.
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12.
INVITACIÓN.
Amada, estoy alegre: ya no siento
la angustiosa opresión de la tristeza:
el pájaro fatal del desaliento
graznando se alejó de mi cabeza.
Amada, amada: ya, de nuevo, el canto
vuelve a vibrar en mí, como otras veces;
¡y el canto es hombre, porque puede tanto,
que hasta sabe domar las altiveces!
Ven a oír: abandona la ventana...
Deja al mendigo en paz. ¡Son tus ternuras
para el dolor, como las de una hermana,
y sólo para mí suelen ser duras!
¡Manos de siempre compasiva y buena,
yo tengo todo un sol para que alumbres
ese olímpico rostro de azucena
hecho de palidez y pesadumbres!
Hoy soy así. Soy un poeta loco
que ve su dicha de tus tedios presa ...
¡Ven y siéntate al piano: bebe un poco
de champaña en la música francesa!
No quiero verte triste. De tu cara
borra ese esguince de pesar cansino...
¡Hoy yo quiero vivir!... ¡Qué cosa rara,
hoy tengo el corazón lleno de vino!
la angustiosa opresión de la tristeza:
el pájaro fatal del desaliento
graznando se alejó de mi cabeza.
Amada, amada: ya, de nuevo, el canto
vuelve a vibrar en mí, como otras veces;
¡y el canto es hombre, porque puede tanto,
que hasta sabe domar las altiveces!
Ven a oír: abandona la ventana...
Deja al mendigo en paz. ¡Son tus ternuras
para el dolor, como las de una hermana,
y sólo para mí suelen ser duras!
¡Manos de siempre compasiva y buena,
yo tengo todo un sol para que alumbres
ese olímpico rostro de azucena
hecho de palidez y pesadumbres!
Hoy soy así. Soy un poeta loco
que ve su dicha de tus tedios presa ...
¡Ven y siéntate al piano: bebe un poco
de champaña en la música francesa!
No quiero verte triste. De tu cara
borra ese esguince de pesar cansino...
¡Hoy yo quiero vivir!... ¡Qué cosa rara,
hoy tengo el corazón lleno de vino!
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13.
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