viernes, 25 de diciembre de 2020

FELIPITO, DON FELIPE. Cuento

Felipito, Don Felipe.

El chico tenía unos 7 años allá por los años 60, por ese entonces vivía en la Bella ciudad de León, Nicaragua. Sus padres lo había encomendado al primo profesional que le tenía cariño y podría darle mejor oportunidad para el futuro. El inicio y adaptación fue duro pero rápido y pronto el chaval aprendió a manejarse en casa propia pero ajena. Un personajito sacado de su contexto, pueblo pequeño de montaña, tímido y  apenas viveza para lo elemental,- Todavía no había aprendido en la calle-. Morenito, flaco pelo de cepillo le decían algunos adictos a la broma  y a reírse de otros. 

 Fue a vivir al barrio San Felipe, frente a  lo que un día muy lejano había sido la antigua fábrica de vidrio, la calle sin pavimentar era rica en polvo y tolvaneras de cuando en cuando, con nivel inferior a las aceras, no permitía jugar en la calle como si hacía en su pueblo del norte. Eso no lo había visto nunca, ¡ Se oscurecía el barrio y la ciudad, y cuando se formaban aquellos impresionantes remolinos de polvo fino, zigzagueando a baja altura para luego ascender hacia las nubes, llevándose dentro dando vueltas y vueltas, algún perro callejero, gallina o chanchito despistado, le parecía al chico una curiosidad magnífica de magia verdadera y natural, torbellinos mágicos, visión disfrutada por el chiquillo enmascarado con pañuelo azul grande de esos que como toallas servían para secar el sudor que hace en la ciudad, luego corría como los demás a resguardarse a la casa. 
 
Asistía a una Escuelita, cuyo nombre recordaría siempre, "Jose Antonio Montalvan"  a escasos metros de la Iglesia de San Felipe, una de las muchas que aún se mantienen en la ciudad colonial.  Los conquistadores como todos, suelen dejar su firma, el símbolo de su poder , y en este caso  las numerosas iglesias constituían la firma de la iglesia católica, sembraron la ciudad con las casas de Dios, a la vez que dejaban historia y arte, dicen las lenguas que más de cuarenta en esta ciudad donde entregó el alma al creador el  poeta universal.  
El chico se aclimató y gozó de esa ciudad y de su mar bravo, Poneloya.

Uno de los días, regresando de la escuela, por algún motivo corría hacia su casa, otros se habían quedado atrás. Llegando ya, a unos metros del refugio, sobre la acera propia de repente con el empuje de la carrera se empotró literalmente contra una chica morena de rasgos finos y delicados, media melena, blanca su blusa, a cuadros  azulados su falda con paletones, zapatillas negras finas planas, sus ojos, sus ojos eran negros profundos, intensos, Felipito Martinez fue paralizado, levitaba ante  la virgen María con toda su luz, su rostro iluminado y paralizado, con dulzura imaginable, su mirada y todo él  fijado como si de un cuadro de Zurbarán se tratara, admirando a la chica del encontronazo, y así sintió por dentro.

A ella le dio por sonreír y decir, " Chavalito te vas a matar" y sonrió, él seguía alelado, escuchando un grandioso aleluya, cuando fue tocado por ambas manos de mujer en los hombros, sosteniéndolo unos segundos, que para Felipito fueron eternos. ¡Debes tener cuidado! lo apartó suavemente, delicadamente, y siguió su camino.
Quedó conmocionado con el encuentro, sintió por primera vez en su corta vida una sensación rara, la lengua se le secó como en desierto, se le vació el estómago, su corazón galopaba, sumido en silencio mientras la veía alejarse hasta que  desapareció en la distancia. 
Felipito entró en un estado de alelamiento  inexplicable, a sus familiares que lo vieron entrar en casa como raro, como agitado sin estarlo, con comportamiento no habitual,  les llamó mucho la atención,  él  comenzó a soñar, sueños felices debían ser porque sonreía a menudo sin venir a cuento, se había vuelto bobo, y cuando le preguntaban, no sabía responder pero sonreía y sonreía con expresiones felices. Los adultos de la casa, lo miraban raro  y centraban sus ojos siempre en él y procuraban saber los motivos de esa felicidad.  Con los días se cansaron y dejaron de ponerle atención y preguntarle, pero tiempo más adelante terminarían sabiendo porqué, aquel cambio... y se lo decían cantando, "Felipito está... Felipito está.... "  y reían.   A él no le importaba, solo soñaba despierto.

La rutina de su vida continuó y la escuela también, pero ya no regresaba tarde nunca a casa, salía de clase y se iba corriendo al hogar para dejar los cuadernos y apostarse en la puerta de la calle,  su espera era corta porque unos minutos después la morena con la que había tropezado días atrás, con libros abrazados caminaba hacia su casa con andar balanceado bonito, sobre la misma acera alta donde él,  apostado la venía venir desde lejos, sus ojos brillaban, su respiración se aceleraba, su corazón palpitaba a medida que la morena se iba acercando, sin que el chico le quitara los ojos de encima, no se daba cuenta que estaba siendo descarado.  Las primeras veces pasó inadvertido, pero luego la chica se dio cuenta que siempre estaba allí, sieeempre estaba allí a la hora en que ella pasaba, y uno de los días le dirigió la mirada y le sonrió levemente.   Aquel día el  chaval se transformó en un ángel alado, volaba sobre nubes, y nada existía en su mundo más que él, sus sensaciones  y la cara de aquella chica estudiante que todos los días pasaba junto a su puerta y que él tenía la dicha de poder ver unos segundos... Con solo eso su felicidad se completaba.  En casa lo notaron, siempre dispuesto, todo lo hacía con gusto y alegría, los mandados y encargos eran hechos sin protestar y con muchísimo gusto y diligencia, siempre alegre, cada noche se dormía contento, se iba al colegio contento y regresaba contento a la carrera a casa para ponerse a tiempo en aquella puerta amarilla a verla pasar. 

A medida que pasaban los días, la chica al pasar le sonreía bonito y el Niño también lo hacía con timidez,  no le permitía a sus ojos parpadear cuando ella estaba pasando, esos ojos felices parecían engrandecerse y penetrar el alma de la adolescente quinceañera.   Uno de los días habló y le dijo; Adiós,  y él,  feliz respondió Adiós, sintiéndose como un paloma que en vuelo bajo, le infundieran vida, fuerza, elevándose más y más hacia las alturas, su vida era bella, vida que se llenó  interiormente con ese Adiós al pequeño protagonista.   

En otro de los días, ella le preguntó " ¿Quieres acompañarme?"  el chico abrió mucho los ojos ante la voz  y dijo ¡Siiii!  y  caminó a su lado dejando la parte interna de la acera para ella, ella le preguntó su nombre y le dijo el suyo, María Egipcia,  "María Egipcia", aquel nombre quedó grabado para la eternidad en la memoria del muchacho,  Felipito me llama todo el mundo respondió, y así siguieron los días,  él la esperaba y la acompañaba, y aumentaron las confianzas, a ella le divertía lo que veía y advertía,  le hacía gracia lo que sucedía y lo miraba con bondad y simpatía, le sonreía mucho, él la miraba con devoción y sentimiento inexplicable, sentimiento que le trasmitía cada día sin hablar,  al acompañarla los cientos de metros hacia su casa, era feliz, era feliz su camino, su acompañamiento. 

La vida y destino de Felipito, quisieron que cambiara de ciudad y regresara al pueblo de Matagalpa, y sufrió, sufrió y lloró una despedida, en su ultimo acompañamiento se le confesó y ella lo despidió con un beso en la mejilla, aquello aminoró el pesar y dolor y así, así...luego con el paso de los días fue desapareciendo ese sentir a flor de piel pasando a plano más profundo y menos molesto por la pérdida, pero no la persistencia del recuerdo de María Egipcia, la morena de ojos negros de la calle San Felipe.  

Pasaron años hasta que volvió a la ciudad ya en etapa universitaria, y buscó, buscó por donde había vivido y fuera,  busco en el Barrio, preguntó en la venta, en la panadería frente a la casa de ella, en el salón de belleza y muchos lugares más.   Supo que se habían cambiado a otro barrio y no supo más.   En el tiempo que permaneció  en la ciudad, siempre que caminaba por las calles, iba alerta a ver si podría reconocer a alguien que fuera ella, incluso algunas veces decía su nombre en voz alta, ¡María Egipcia! en lugares concurridos, atento a ver si alguien volvía la mirada, el año de permanencia en la ciudad universitaria, era su costumbre la búsqueda infructuosa, y pasando el tiempo este adolescente se marchó a Europa, desde donde regresó al país con un título profesional y años sumados sin que aquel recuerdo lo dejara. 
Durante más de 40 años en los que regresaba a su tierra, cada año siempre habían un par de días, en que gustaba de regresar en solitario a León, su León querido, deambular por sus calles, con sus recuerdos, por el barrio y fuera del barrio donde le había surgido por primera vez, la mejor y más fuerte conmoción interna que experimentan las personas,- El petate le había sido movido por una morena del barrio San Felipe de León-Nicaragua.  Y  aún seguía de cuando en cuando,  haciendo cálculos de edad para buscarla, veía grupos con mujeres, mencionaba con voz fuerte y clara "María Egipcia", nadie voltea a ver... y así, así cada vez, año con año que regresaba a Nicaragua, repite la operación, y allí sigue con aquel nombre María Egipcia, aquella imagen de su cara linda como la virgen negra, imborrables en su mente.

Ahora ya mayor  Don Felipe, de caminar lento, ajada su piel con el  cabello débil, blanco-gris deslustrado,  enfilando el otoño, y rumbo al  invierno y final de su existencia, cada año sintiendo como aquel niño que fue, que anduvo las etapas de su vida por diversos caminos, y por fin percibiendo cercano el punto de alzar  el vuelo definitivo, cada vez que regresa a su tierra, vuelve a su León querido y busca y busca...por las calles  del barrio, por las calles de la ciudad el milagro de encontrársela...



RGG.
Huelva 24-diciembre-2020.


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