jueves, 13 de abril de 2017

PAJARITO.- Cuentos de Médico.


Era tiempo de dictadura en el país central de América, cuando finalizó aquella historia, el hombre fuerte en aquellos entonces, era un tal Tacho, yo nunca lo vi.   
La ciudad del Norte, bella, de clima inigualable, en un hoyo rodeada de cerros verdes, quizás daba cobijo a unas  35,000 almas de todo pelaje. 

El Progreso, nombre irónico para barrio grande de gente humilde, trabajadora, calles sin asfaltar.  En  algún punto se situaba la calle ancha, de tierra, donde una docena de chavalos nos reuníamos con frecuencia por las tardes lentas, a jugar a la bola de hule,  o platicar  bandidencias…aparecía uno, otro y  otro y de repente estábamos todos para el juego en mitad de la calle. 

 A unos 70 metros, una esquina con casa verde, dos amplias puertas abiertas a la calle. Dentro la tienda mal surtida…  - dos o tres tinajas de barro, frutas en canasto, naranjas, limones, mangos, bananos amarillos,  pintos.     En el mostrador, cuerpo de la tienda, en grandes frasco de cristal,  galletas, biscotelas, polvorones, besos, coyolitos, lecheburras, gofios… todas golosinas propias del pueblo.      En sacos macen medio llenos, remangados por los bordes,  frijoles , arroz,  Maíz.   Pinolillo suelto al peso y en bola,-machos, le llamaban a las bolas comprimidas de pinol con cacao.-.  Una refrigeradora grande solitaria enfrente, una toallita limpia colgando del manillar.  Un gran espacio silencioso siempre con suelo brillante, ocupado por tan  poco mercadería, daba sensación de desangelado.  

Generalmente, dos viejitos atendían las pocas ventas.  A veces, estaban los dos, siempre serios, mal carácter,  reñían a los chavalos que entraban a veletear sin comprar nada,  si uno quería algo y se quedaba dudando, le decían : “si no va a comprar nada,  ¡Váyase! ¡chavalo vago!”.   Eran ancianos mal encarados y  secos, él, medio calvo y el poco pelo que tenía pegado a su cráneo  era blanco amarillento, igual que su bigote, no usaba anteojos, Ella, menudita, morena con pintitas moteadas sobre el moreno, mantenía un pelo negro, negrísimo teñido. No se relacionaban con nadie, su vida era abrir por la mañana y cerrar al finalizar la tarde.  

Mi tía me contó que no siempre fueron así… se volvieron así,  desde lo que le pasó a la única hija… María de los Ángeles, muy bonita, había muerto de pena me contó mi tía.  

Angelita, como le decían, vivía justo al lado de aquella casa grande verde selva.  Una puerta pequeña y una ventana con cortinas era la fachada.  Siempre permanecía cerrada, salvo pequeños ratos vespertinos en que María de los ángeles se quedaba en la puerta, a ver pasar gente.

Aquellos ratitos de tarde, fue una ventanita por la que se coló, ese estado que hace que los seres humanos tengan la sensación de estar en el paraíso.  Cupido la flechó de amor y el  hombre casado bandido la preñó.  El fruto de aquel desliz nacería nueve meses después, pero sus desdichas comenzaron desde la concepción, el Don Juan desapareció y los padres de la abandonada, tras gran sorpresa, decepción e ira, que los acompañó hasta el final, la recluyeron como apestada.  La vergüenza, los hacía sentirse señalados en el barrio.  La embarazada comenzó a aumentar su barriga que nadie vio y la depresión se adueñó de su ser, muriendo poco tiempo después de dar a luz a un niño sano,moreno y gordito.  Ni esto salvo a la infortunada, de la melancolía que finalmente la hizo marcharse de este mundo.  

Los ancianos padres no lograron superar aquella insensatez de la hija y vivieron muertos en vida el resto del tiempo que Dios les dio. Se les agrió el carácter para siempre, ni siquiera el bebé logró cambiar aquello.

Los ojos siempre atentos del vecindario no supieron cuando sucedió el nacimiento y cuanto transcurrió entre esto y la muerte de la infortunada muchacha.   Un día, todos la  acompañaron al cementerio.  Unos dicen que fue como consecuencia del parto, otros que de tristeza, los románticos preferían creer que fue de amor.

El tiempo que todo lo acalla, pasó y el vecindario con pena se acostumbró a ver de cuando en cuando a un niño hermoso que iba creciendo  con rapidez sentadito, quietecito,  ante la mirada de los abuelos en aquella tienda de alimentación, o correteando siempre cerca de ellos.  Ésto enternecía a las lenguas viperinas que sin despellejar a los abuelos, le hacían carantoñas al chico. 

Pasado ya tiempo,  los chavalos vagos del barrio, armábamos peloteras, con chistes, apuestas  de algunos centavos en los juegos en la calle sin pavimentar como todas las del barrio.  Esa casa misteriosa de puerta siempre cerrada durante años, despertaba una morbosa atracción.  El  pasar, asomarse calladito, intentando meter los ojos por donde fuera,  a ver si sorprendían algo, era casi ritual.    
Un día fue noticia entre la chavalería, que uno había pasado por esa casa y lo contó, había oído el canto de un pajarito, era algo extraordinario,  oír  un pajarito en donde todo había sido solo silencio… Y  ya todos fueron pasando de cuando en cuando, comprobando que efectivamente había canto de Pajarito, pero el trinar melancólico se detenía, cuando alguien  se quedaba quieto junto a la ventana para husmear… Se alejaba uno de la ventana y la melodía volvía a sonar…. Aquello era misterioso, como si el pajarito percibiera nuestra cercanía y no deseara que lo oyéramos cantar.   El  tiempo pasaba  y aquello terminó por no causar ya expectación al no poder averiguarse el misterio. 

La chavalería crecía y en una tarde de juegos, teminamos aburridos sentados sobre la acera, hablando de cosas importantes, uno de los compañeros se marchaba a su casa… se levantó y se alejaba caminando como cansado… Fue entonces cuando ya el muchacho separado del grupo unos 30 metros, escuchamos el mismo  trinar del pajarito que no se dejó descubrir cuando todos lo intentamos al pasar al lado de la ventana y puerta misteriosa.  Todos nos quedamos con los ojos pelados, abiertos como platos, y a coro alto se oyó un  "¡Oéée, oééé oééé!",   levantándonos corrimos tras él, al mismo tiempo que el chavalo echaba a correr huyendo de la pandilla, y silvando entró a casa de sus abuelos.  

Desde aquel día Venancio, quedó para siempre con el sobrenombre de pajarito. Él se había criado con los dos viejitos, que lo trataban con normalidad pero sin cariño, quizás por ser recuerdo vivo de una desgracia de tiempos pasados, insuperable. 

Las tardes nuestras eran alegres, y bullangueras, se convirtió el Venancio en líder dentro de grupo, era fuerte, moreno de brazos anchos, se peinaba para atrás y con brillantina, y no sé como se jalaba  el pelo con el  peine y haciendo un pequeño giro formaba un colocho que quedaba colgando sobre su frente.  Y se miraba guapo, es un robacorazón decía, nadie podía opinar otra cosa.
  
El tiempo transcurría, lento si, pero pasaba, y miramos a Pajarito en el colegio, en los billares, en las calles, bueno el chico, con grueso de gente gruesa, siempre bien peinado,  tenía una forma de mirar de hombre duro, y una forma de caminar de hombre tranquilo y ganador.  Dentro del grupo, se enorgullecía de la pericia que había conseguido con el billar y con los naipes, luego pasó a los dados en tugurios que ya frecuentaba como casa.  En una ocasión le pregunté:
-¿Oye Venancio, y vos sabes jugar bien al poker?  
—¡Preguntale a tu abuelo que siempre anda por aquí, preguntale si Venancio sabe jugar al poker, preguntale!.  Eso decía mientras estiraba la barbilla hacia arriba y afilaba el pico, orgulloso. 
-Mi abuelo era un buen jugador de poker y le había dado el visto bueno.   Lo veíamos también venir del instituto siempre tarde y después del billar, con algún libro amarrado con una corbata y balanceándolo al caminar…
Dejo de ir al instituto y ya, sólo lo veíamos en  la calle, en el cine, en los billares, salas de dados, y también rajando leña en la calle frente a la ventecita  de los abuelos.

En una ocasión me lo encontré en los billares del barrio, billares de don Pancho,   estuvimos jugando largo rato, siempre me ganaba,  era buen jugador .  
Era tiempo en que pajarito ya andaba enamorado, enamorado de una que había llegado nueva a la casa donde la Reina, tugurio en esquina rosada allá en el centro de Guanuca , barrio populoso de gente humilde, y también de mala fama por cantinas, prostitutas, gente pendenciera. era el barrio que allá no mas decían “Donde la vida no vale nada”  la  zona roja.

Pajarito llevaba ya muchos días enamorado y correspondido con la Martita,  una bonita del norte, jovencita, de cuerpo agraciado y que desentonaba en aquel establecimiento  por educada, cariñosa y  buen cuerpo.  Se enamoraron, y Pajarito se aficionó tras el primer encuentro comercial,  luego ya se veían temprano antes que comenzaran el zafarrancho, estaban juntos, se encandilaban, se amaban con miradas, con palabras y con sus  cuerpos, aquella historia era sincera y honesta, pero cada uno estaba en lo que estaba y no sabían como resolver mientras tanto.  Decía que aquel día, pajarito me invitó a que fuéramos a la casa rosada, donde la Reina. Lo acompañé medio trayecto en el camino hacia la perdición,  lo abandoné por una película de Tarzán que estaban presentando en el teatro Perla, nos dijimos bye.   Y siguió  alegre a su destino de amor, donde su reina, su princesa, lo esperaba para vivir momentos felices , soñados….serían aproximadamente las 4 de la tarde,  yo me alegré que Pajarito había conseguido la primer cosa buena en su vida, en su pensamiento y en su corazón…  tener cariño , amor de alguien que lo amaba sin reservas y se lo trasmitía. Pajarito había cambiado aquel carácter hosco casi agresivo y rebelde que había mantenido en su existencia previa al encuentro y flechazo de amor con aquella dama.  Y se le notaba, estaba feliz. 

En la  roconola,  sonaban canciones de Peñaranda, cumbias, corridos, y boleros mexicanos de acabangados llorones, y era la piragua de Guillermo Cubillo, era la piragua… 
Allá al fondo del salón iluminado hasta penumbra con luces de colores, sentados y cogidos de la mano sobre una mesa que lucía una imagen de Cerveza Victoria en su centro, estaban los tórtolos, no era el nido, el nido al que volaban tras los arrumacos de la llegada, quedaba al fondo, en la cuartería del patio de la casa rosada grande.  Poca gente a aquellas horas, pero ya la música sonaba, bajito para elevarse cuando llegaba la oscuridad y la noche.  En la barra alta de madera innoble lucían  botellas de Santa Cecilia, Ron Plata, Ron flor de caña, cervezas todas con nombre de mujer,  aserrín desparramado sobre el suelo de cuadros rojos…  Era más noche cuando llegaban los hombres machos para amar la noche y las  mujeres que se ganaban la vida cumpliendo caprichos que se antojaban con la borrachera y el dinero, y era de madrugada ya, cuando aparecían los famosos bochinches que nunca faltaban en la cantina donde la Reina.  

Un chiguín, llegó corriendo hasta pajarito, para alertarlo de algo… estuvieron hablando, se recompuso en la silla y miró hacia la puerta salida.   Él ya sabía que Mano de Mono, se había encaprichado de su amor un para de meses  antes, de que entre Martita y él, prendiera la llama del amor, pero nunca pensó que pudiera traerle problemas, por su discreción y porque en realidad Martita no tenía nada con el Policía alto, gordo y negro, que ocultaba su maldad siempre con media sonrisa.  Pero su trabajo la obligaba a pasar con el que pagara sus servicios, hasta ver otro futuro mejor.
Lo de Pajarito con ella, era tierno, puro, dulce, encantador… y se preocupó la mujer animándolo a que se marchase para evitar problemas..

Habían transcurrido ya, no sé exactamente cuanto desde que Pajarito llegó, ahora ya la oscuridad ganaba, el  sol  se había ido.  Ante la insistencia de su amor, le dió un beso en los labios ya para irse, desgraciadamente en el mismo momento en que en la puerta de entrada se posó una figura temible de uniforme militar azul y quepis,  negra  y con gafas de sol, a pesar de la hora, aquellos lentes oscuros barrieron la sala…  encontraron el objetivo. Pajarito caminaba despacio hacia esa puerta, tranquilo, serio, pálido y frío, se acercaba ya a unos 3 metros de la tétrica figura, cuando  se vio una mano enguantada en negro cuero levantarse con un objeto metálico dirigido hacia el frente …sonó un solo !Baang!  Pajarito desapareció, y la figura negra uniformada  también.  Tendido en el suelo en un charco de sangre estaba Venancio, con 23 años.  Un orificio negro con borde ceniciento en mitad de su frente, grumos y pequeños trozos sanguinolentos desparramados bajo su cabeza, cuya mitad posterior había desaparecido.
El hechor Huyó  de la cantina maldita en una camioneta de la policía que permanecía encendida al lado de la casa.  Llantos y gritos de las mujeres que acudieron a socorrer a Martita, porque para Venancio ya era tarde... Ambulancia y policía tardaron un rato en llegar…

Al entierro de pajarito de Pajarito fue mucha gente con expresiones de pesar sincero, a mi no me gusta ir a entierros, pero a ese si fui.   Lo dejamos allá en el cementerio bonito del pueblo, entre cipreses verdes.

Tres meses después de aquella tragedia, conducía sobre la calle entre el comando de la guardia y la glorieta del parque central, en dirección a la avenida de los Bancos, detuve la camioneta obligado… la espalda y la suela del zapato del policía en mitad del cruce, con quepis y traje azul, que dirigía el trafico, así me lo ordenaba.   Una mano en palma estirada hacia la izquierda frenaba los carros,  la otra mano enguantada en negro señalaba y daba paso a los que venían desde la derecha,  dio cambio.  Al darse la vuelta, una cara gorda negra con gafas oscuras, sonreía mientras se quitaba el silbato de la boca, dejando ver un brillo dorado en su dentadura, y me daba paso hacia la avenida de los Bancos.   

El policía utilizaba un guante de cuero por según decían los de allí, solo tenía 4 dedos en su mano derecha, de allí el bautismo como  Mano de Mono, apodo que él nunca oyó, “Mano de mono”, un señalado esbirro de la dictadura. 




Huelva. 13 de abril de 2017.

Dr. Roberto González 
Gastroenterología-Endoscopia Digestiva.

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